Un primer vistazo a la bibliografía de
Scott Thornbury,
profesor y formador de docentes con más de tres décadas de experiencia,
arroja la errónea conclusión de que es un ferviente defensor de la
gramática. Entre los libros y artículos académicos de este experto en la
enseñanza del inglés, nacido en Nueva Zelanda y afincado en Barcelona,
figura una larga ristra de textos sobre cómo enfrentarse a la tan temida gramática. Su último título,
101 preguntas sobre gramática,
editado por Cambridge University Press, recoge las dudas más frecuentes
que los profesores de inglés, experimentados y novatos, se preguntan
unos a otros en foros, charlas o en redes sociales: ¿qué es una
preposición?, ¿cuál es la diferencia entre
for y
since?...
Thornbury critica, sin embargo, el excesivo peso que el
estudio de los aspectos formales del idioma tiene en la enseñanza del
inglés. Su interés, más centrado en la metodología, le llevó a ser el
co-creador del movimiento Dogme, una filosofía de enseñanza que se
desarrolló como un “antídoto al enfoque centrado en la gramática y los
materiales”. El experto viajó la semana pasada a Liverpool para
participar en
la conferencia anual que organiza la Asociación Internacional de Profesores de Inglés como Lengua Extranjera
(IATEFL, por sus siglas en inglés), un megaevento con más de 500
charlas y talleres en el que participan cada año unos 3.000
profesionales de 100 países diferentes y al que EL PAÍS acudió invitado
por
Cambridge Assessment English.
Allí, ante un auditorio de más de 800 personas, Thornbury desgranó las
claves para atajar uno de los grandes problemas que se da en cualquier
aula de inglés: “En la mayoría de las clases, la interacción se produce
solo porque el profesor hace preguntas. Hay que solucionar esa
asimetría”.
Pregunta. ¿La gramática es todavía la parte más difícil de entender para los estudiantes y de enseñar para los profesores?
Respuesta. No lo creo. Claro que es
difícil, en muchos aspectos es distinta a la del español. Pero cuando
preguntas a los estudiantes cuál es su mayor dificultad con el inglés,
para los alumnos españoles suele ser tener fluidez y hablar. Lo que
ocurre es que la gramática es todavía el estado por defecto en la
enseñanza del inglés. Cuando piensas en un idioma, piensas en la
gramática. Los estudiantes, las familias… piensan en ello. Pero aprender
un idioma no es solo aprender la gramática. Creo que tiene una
importancia exagerada. En cualquier caso, como ocupa un espacio tan
central en la mente de la gente, cuando se enseña inglés hay que lidiar
con ella.
P. ¿Cómo se enseña, entonces?
R. Como formador de profesores,
siempre intento buscar fórmulas para hacer que la enseñanza de la
gramática sea, de alguna manera, invisible. A través de actividades y
ejercicios que consistan sobre todo en hablar e impliquen utilizar la
gramática, pero de forma que los estudiantes no sean tan conscientes de
ello. Se trata de activar la gramática pasiva que tienen, de enseñarla
cuando el estudiante la necesita. Por eso tienes que crear un entorno y
una situación en la que vayan a necesitarla para comunicarse.
Uno de los mayores errores que cometen profesores,
instituciones, autoridades educativas… es enseñar gramática cuando los
alumnos son todavía demasiado pequeños. Los niños no tienen el
equipamiento cognitivo necesario para lidiar con conceptos complejos
como el pasado indefinido o la modalidad. Esos son términos muy
sofisticados que incluso los adultos no llegan a entender. Enseñar esto a
los niños de forma expresa es contraproducente. Los más pequeños
deberían estar experimentando, inmersos en el idioma, tanto como sea
posible. A través de juegos, canciones, vídeos… Y luego, cuando
necesiten expresarse, el profesor debería estar formado en técnicas para
enseñar la gramática en ese momento de necesidad. Es una forma reactiva
de enseñar, el profesor trabaja desde atrás.
P. ¿Por qué nos hemos
enfocado tanto en la gramática? Llevamos tiempo hablando de la
revolución comunicativa y de cómo el sistema ha evolucionado hacia
metodologías más centradas en enseñar a hacer cosas con el idioma, no
tanto en su estudio formal...
R. La revolución comunicativa nunca
sucedió. En realidad sí ocurrió, duró una década, y después hubo una
contrarrevolución. La noción de la gramática está arraigada en la
conciencia de la gente. Y en países como España,
donde se enseña castellano a alumnos que hablan español,
precisamente se empieza por enseñar la gramática. Pero cuando los niños
españoles aprenden la gramática del castellano, ellos ya pueden hablar
en ese idioma. Deberíamos seguir el mismo proceso cuando se aprende una
segunda lengua. Hay que comenzar intentando hablar en ese idioma;
después viene la gramática para ordenarlo todo. Pero sí, si miras
cualquier libro, cualquier curso, ves que hay un montón de gramática.
Mucha más de la necesaria. Y ese es otro tema. Enseñamos más gramática
de la que hace falta. Para expresarte en inglés no necesitas demasiados
tiempos verbales, puedes arreglártelas muy bien con una pequeña cantidad
de gramática. No hace falta enseñar todo el sistema. Ese es otro error
que cometen las autoridades educativas al elaborar el currículo:
intentan incluirlo todo y no todo es realmente importante.
R. Es clave. Para ser profesor de
inglés necesitas, en primer lugar, un buen dominio del idioma que
enseñas (y eso no significa que debas ser un hablante nativo), pero
también tienes que saber sobre el lenguaje. Y aquí es cuando entra en
juego la gramática. Necesitas saber cómo funciona el lenguaje y tener
una base de teoría lingüística. Los profesores nativos no tienen esta
parte porque no han tenido que estudiar la lengua desde un punto de
vista teórico, así que ahí tienen una desventaja. El tercer elemento son
las habilidades pedagógicas, que se consiguen a través de la
experiencia, pero también de la formación.
R. Si hablamos de un contexto CLIL
[Aprendizaje Integrado de Contenidos y Lenguas Extranjeras, el sistema
impulsado por la Unión Europea que se utiliza en los colegios bilingües
en España y que propone aprender inglés a través de otras asignaturas
impartidas en ese idioma], en el que se enseñan otras asignaturas como
Geografía o Historia a través del inglés, añadimos un cuarto elemento:
se necesita un conocimiento y una habilidad con el idioma, pero también
un conocimiento sobre la asignatura que se imparte. Esto está generando
una exigencia añadida sobre los profesores. A eso, además, hay que
sumarle la metodología. Porque para enseñar en inglés no se trata solo
de tener un buen nivel de inglés. Necesitas técnicas y habilidades
pedagógicas para que ese conocimiento sea accesible para los alumnos. Es
un reto y es difícil, sobre todo si no tienes una confianza absoluta en
tu propio nivel de inglés. Hay que dar mucha formación. Creo que en
España se está haciendo, pero es un proceso de toda una generación.
R. Este es uno de los desafíos de los
docentes. Y no se trata solo de las expectativas poco realistas de las
familias o del resto de las partes involucradas. También hablamos de
las expectativas que generan los exámenes,
que es el otro elefante en la habitación. Los exámenes tienen un
impacto enorme en lo que se enseña. En España, la buena noticia es que
en los últimos años exámenes como la Selectividad están cambiando, se
está mejorando por ejemplo la parte del
speaking. Si la
expresión oral no se evalúa, nadie la va a practicar en el aula porque
es difícil organizar ese tipo de actividades en una clase grande. Pero
si entra en el examen, sí. Ese es un ejemplo de un efecto positivo que
pueden tener lo exámenes. Pero si las pruebas se centran solo en la
gramática, tendrán un impacto negativo. Y las expectativas dependen
mucho de aquello sobre lo que se va a evaluar a los alumnos.
Por otro lado, la gente tiene que ser muy realista
con lo que significa aprender un idioma. Por ejemplo, si los niños
empiezan a estudiar inglés en los colegios públicos con seis años pero
reciben una o dos clases a la semana (es decir, unos 90 minutos), no se
van a conseguir avances rápidos. Aprenderán algunas palabras, los
colores, los días de la semana… pero luego lo olvidarán. Es un proceso
muy lento. Las expectativas tienen que ser realistas y deben tener en
cuenta la cantidad de tiempo que se va a dedicar a aprender inglés. Ese
tiempo no es un elemento con mucho peso en la mayoría de los currículos
educativos, excepto en los entornos CLIL. Por lo tanto, hay que ser
paciente. Aprender un idioma es difícil y la gente quizás tendría que
rebajar un poco sus expectativas.
P. ¿Ponemos demasiado peso sobre los hombros de los docentes? Cuando algo no funciona, se suele mirar en primer lugar al profesor.
R. Es algo universal. El nivel de respeto que reciben los profesores varía de un país a otro, pero una de las razones por las que
Finlandia siempre ocupa las primeras posiciones
en el informe PISA es porque la profesión docente es muy respetada, los
profesores reciben una formación extensa, se les selecciona, están bien
pagados… Hay una correlación muy fuerte entre el nivel de respeto que
reciben los profesores de la sociedad y lo bien que los alumnos lo hacen
en
las pruebas PISA.
España está en la mitad. Creo que a los profesores más o menos se les
respeta. Las familias, además, son conscientes de que hacer exámenes de
forma constante es contraproducente porque si te pasas todo el tiempo
evaluando no puedes dedicar mucho a enseñar. Y también hay
una creciente conciencia acerca de los deberes. Se están produciendo ciertos cambios de actitud y eso es muy saludable.
P. Hay otro debate abierto sobre la diversión y el entretenimiento en clase. ¿Cuál debería ser su papel en la enseñanza del inglés?
R. La diversión puede ser un motor
positivo si contribuye a involucrar a los estudiantes, a que mantengan
su atención y su interés en el idioma y en aprender. Pero puede tener un
efecto negativo si les distrae, si se trata de solo juego y nada de
trabajo. Ese es también uno de los peligros de la tecnología. Mucha de
la que se utiliza para enseñar idiomas se centra solo en la diversión,
pero no tiene niveles altos de implicación cognitiva. La diversión en
clase tiene que ser facilitadora, no un elemento de distracción. Y hay
cierta condescendencia cuando decimos que los niños tienen que estar
siempre haciendo actividades divertidas.
¿Qué debe saber un profesor para dar una clase bilingüe? Con un buen nivel de inglés no basta
Vía: https://elpais.com/economia/2019/04/09/actualidad/1554827353_003401.html
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