Según cuenta el Génesis, al principio todos los hombres hablaban una misma lengua. Fue la idea de hacer un Plan General de Ordenación Urbana lo que rompió esta uniformidad : "Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo. Hagámonos así famosos y no estemos más dispersos sobre la faz de la tierra" (Ge. 11,4). Pero aquellos primeros promotores urbanísticos no contaron con la curiosidad de Dios, quien, al ver tanto ajetreo de adobe y andamios, decidió bajar a la tierra para ver lo que hacían. Comprendiendo que lo que movía tanto empeño era sólo el desmedido orgullo de aquellos hombres, decidió estropear su plan confundiéndoles el habla, de tal manera que nada más que sólo unos pocos se entendían entre sí.
Pero el hombre es empedernido y el paso de los siglos no ha disipado en nada su soberbia. De ahí el deseo constante de tantos hombres por restaurar un lenguaje universal, como existía antes del castigo divino. El intento más conocido fue el del polaco Zamenhof, creador del esperanto. A pesar de que sigue funcionando la Universala Esperanto Asocio -con representación en ochenta países -, que cada año celebra un congreso mundial y es el idioma en el que se publican más de cien periódicos, Dios puede más y el propósito ha fracasado.
No debemos interpretar estos actos de Dios como una oposición a que el hombre conozca otras lenguas diversas de la suya materna; antes bien, el afán más intenso que el Creador nos ha insuflado es el de saber, la curiosidad. Por eso es tan frecuente que, oyendo hablar a extranjeros, permanezcamos atentos a su charla, aunque no entendamos nada de lo que dicen. El asombro de que sean capaces de comprenderse con esas extrañas palabras nos asombra y nos mantiene presos de ellas.
Muchas son las razones por las que el hombre se decidió a conocer una lengua distinta de la suya natural : el deseo de saber, la voluntad de conquistar o la ambición por ascender en la estima de los poderosos -obligados a tratar con sus iguales extranjeros, cuyas lenguas ignoraban - fueron las primeras. Con el Romanticismo y la Revolución industrial llegaron otras : la moda y el deseo de hacerse rico comerciando con extranjeros.
Al igual que las razones, también han ido cambiando los medios de instruirse en las lenguas de otras tierras. En un principio, había que viajar e instalarse en ellas. Más tarde, el aprendizaje llegó a las casas de la mano de preceptores o profesores particulares.
El interés de los nuevos ricos por saber idiomas quitó hambres a más de alguna familia ilustre venida a menos. Y es que los primeros profesores particulares solían ser gente de blasones deslustrados a los que la suerte o los desvaríos - propios o de ascendientes - habían sumido en la pobreza dramática. La pobreza existe cuando se tiene de menos; la pobreza dramática, cuando se tiene de más. Quien tiene alcurnia, timbres u orgullo de familia y no tiene dinero, tiene de más. Un pobre, soluciona su hambre trabajando en lo que puede; un pobre dramático, sólo puede resolver la suya trabajando en lo que debe, en lo que le permiten los de su clase. Dar clases particulares de inglés o de francés estaba permitido, porque no parecía en rigor trabajar - aunque se percibiera remuneración por ellas - y no manchaban apellidos o reputaciones.
Más tarde, el preceptor fue sustituido por la Academia de Idiomas… Y llegó internet. Hay gente que cree en sus páginas como en los Evangelios. Conozco a muchos que no compran diccionarios de idiomas porque ven a Internet como al políglota supremo. Yo he hecho un experimento que demuestra la tontura de quienes así piensan.
Elegí los versos renacentistas de José Medrano . "El rubí de tu boca me rindiera/a no haberme tu bello pié rendido;/hubiéranme tus manos ya prendido/si preso tu cabello no me hubiera". Abrí después una de las páginas de traducción de lenguas que existen en la Red y los traduje al italiano; el resultado lo pasé al francés; del francés, al inglés; del inglés, al alemán; y de este, al español. Hice después el camino inverso y el resultado fue el siguiente : "El rubí de tu boca me entrega/no haberme tu bello pié a la entrega;/hubiéranme sus manos a ejecutar/ si preso tu cabello no me hubiera". El resultado feliz del último verso, no puede ocultar el desastre de los otros tres : sólo los he oído peores en algún Pregón.
El interés general, sin distinción de clases, por aprender idiomas ha venido de la mano del Turismo. Nuestra tierra es hospitalaria y como sabemos que el supremo regalo que se le puede hacer a un extranjero es hablarle en su propia lengua, nos esforzamos por darnos a entender a quienes nos visitan : unos, por el gusto de entenderse con ellos; otros, por el afán de sacarles unas monedas.
Me acuerdo ahora de una anécdota que me sucedió con El Ventolera y El Fatiga, dos gorrillas que se dedicaban a cuidar -es un decir - coches en la Plaza Aladro. Un día me pidieron que les enseñara algunas frases en inglés que les pudieran resultar útiles para pedir propinas a los extranjeros que llegaban allí con sus coches. Ellos mismos me hicieron una relación : "Buenos días. Buenas tardes. Adelante. Atrás. La voluntad. Gracias. Tus muertos…". Al día siguiente ya tenían una lista de frases escritas, con su pronunciación inglesa. Daba risa verlos sentados en un banco memorizándolas a voz en grito, mientras El Colilla, el perro del Ventolera, los miraba, atónito. Días después les propuse un examen para conocer sus progresos. Empecé : "¿Qué quiere decir open the door?". Silencio. Y yo : "¿No lo sabéis?. Venga, es muy fácil. Llega el turista y aparca ¿qué le decís?". Más silencio. Y yo otra vez : "¡Abre la puerta. Abre la puerta!... Bueno, y close the door, ¿qué significa?". Nuevo mutis de los dos, que no se atrevían ni a levantar los ojos : "¿Tampoco lo sabéis. Mucho chillarse las frases, pero no habéis sido capaces de retener ni una. Vaya par de cernícalos... close the door, ¡Cierra la puerta. Cierra la puerta!... ¿Pero cómo vais a sacar propinas a los guiris sin hablar nada de inglés?. Bueno, antes de tirar la toalla... Una frase que acertéis seguro... Thank you ¿qué quiere decir?". Se miraron avergonzados. Cuando ya me disponía a proseguir la bronca, se le escabulló un hilo de voz al Fatiga y dijo, tanteando : "¿Deja la puerta encajá?". Me fijé entonces en la mirada como de resignación del Colilla. Fue un consuelo. Al menos uno del grupo sacaba provecho a mi esfuerzo.
Fuente: http://www.diariodejerez.es/article/opinion/431494/los/idiomas.html
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