El pasado domingo el diario El País incluía un reportaje sobre el secular fracaso de los españoles para aprender inglés. Argumentaba, por una parte, la pobre aportación de los medios (televisión y cine) en ofrecer películas y espacios en "versión original", y, por otra, la poca incidencia que tiene el idioma dentro del sistema educativo.
Me quiero centrar en esta segunda fase, ya que, al margen de lo que hagan los medios de comunicación, el componente educativo es primordial para el aprendizaje de un idioma. Y debe pasar necesariamente por la inmersión en el mismo desde la edad más temprana. Y debe incluir una nueva concepción de la formación en idioma extranjero, directamente vinculada con el diseño curricular de cada etapa. El papel de un/a formador/a en segundo (o tercer) idioma deberá mantenerse, pero cambiando radicalmente el perfil del mismo. El docente, sobre todo en enseñanza reglada, no puede seguir siendo un mero busto parlante que transmite una serie de conceptos teóricos y genera mínimos artificios comunicativos. El formador en idioma extranjero deberá ser un facilitador de recursos lingüísticos para una efectiva acción comunicativa que se deberá prolongar a lo largo del ciclo formativo; es decir, deberá ser el proveedor de herramientas válidas de comunicación. Y esta comunicación deberá ser efectiva también en el entorno general educativo, por medio de acciones de inmersión transversal curricular.
El docente de idiomas debe dejar de asirse a los contenidos gramaticales para construir su diseño curricular. Aunque ya lo contemplaba la tan criticada LOGSE - y lo sigue mencionando la actual LOE -, el programa formativo deberá incidir en los aspectos comunicativos del segundo idioma, de modo que permita a los alumnos, desde los primeros estadios, utilizar este idioma como vehículo de transmisión y recepción de información.
Pero, para eso, es preciso cambiar el chip del docente. Y es, sin duda, la tarea más complicada. No porque no sea capaz, pues habilidades docentes y de idioma sobran en la gran mayoría de ellos, sino por el cambio de actitud que les va a exigir de cara a sus alumnos y, por qué no decirlo, de cara a sus compañeros, a quienes habrá que exigir, tras la preceptiva formación interna, que colaboren en esa propuesta "inmersión", de modo que el idioma deje de tener únicamente concepción curricular y pase a ser vehicular.
Extraído de http://miguel.angelmartin.name/
Me quiero centrar en esta segunda fase, ya que, al margen de lo que hagan los medios de comunicación, el componente educativo es primordial para el aprendizaje de un idioma. Y debe pasar necesariamente por la inmersión en el mismo desde la edad más temprana. Y debe incluir una nueva concepción de la formación en idioma extranjero, directamente vinculada con el diseño curricular de cada etapa. El papel de un/a formador/a en segundo (o tercer) idioma deberá mantenerse, pero cambiando radicalmente el perfil del mismo. El docente, sobre todo en enseñanza reglada, no puede seguir siendo un mero busto parlante que transmite una serie de conceptos teóricos y genera mínimos artificios comunicativos. El formador en idioma extranjero deberá ser un facilitador de recursos lingüísticos para una efectiva acción comunicativa que se deberá prolongar a lo largo del ciclo formativo; es decir, deberá ser el proveedor de herramientas válidas de comunicación. Y esta comunicación deberá ser efectiva también en el entorno general educativo, por medio de acciones de inmersión transversal curricular.
El docente de idiomas debe dejar de asirse a los contenidos gramaticales para construir su diseño curricular. Aunque ya lo contemplaba la tan criticada LOGSE - y lo sigue mencionando la actual LOE -, el programa formativo deberá incidir en los aspectos comunicativos del segundo idioma, de modo que permita a los alumnos, desde los primeros estadios, utilizar este idioma como vehículo de transmisión y recepción de información.
Pero, para eso, es preciso cambiar el chip del docente. Y es, sin duda, la tarea más complicada. No porque no sea capaz, pues habilidades docentes y de idioma sobran en la gran mayoría de ellos, sino por el cambio de actitud que les va a exigir de cara a sus alumnos y, por qué no decirlo, de cara a sus compañeros, a quienes habrá que exigir, tras la preceptiva formación interna, que colaboren en esa propuesta "inmersión", de modo que el idioma deje de tener únicamente concepción curricular y pase a ser vehicular.
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